malecón

DESCUBRIENDO LA CIUDAD

Todo es muy diferente aquí en La Habana. El día ha sido verdaderamente completo porque hemos podido visitar la mejor parte de la isla, pero también hemos descubierto su cara más oscura. 

Estoy observando que la gente es muy pobre. No tienen nada. Se ven sus ropas roídas y sucias. Nos han contado el poco dinero que ganan al mes después de duras e intensas jornadas de trabajo. Y, además, cobran con una moneda que aquí no vale nada. A primera hora de la mañana, nuestro guía particular nos ha advertido que no cambiemos todo el dinero de golpe, sino que solo lo hagamos con el necesario para el día porque aquí el valor de la moneda cambia por horas. He observado como en numerosas tiendas, supermercados o en los medios de transporte públicos advierten que solo admiten CUCs, es decir, la monera a la que la mayoría de los habaneros no pueden acceder. Llevo todo el día haciéndome la misma pregunta. Entonces, ¿cómo pueden comprar comida, pañales, leche o agua? No lo sé. Su moneda no les sirve para nada. Lo único que pueden pagar son los gastos del hogar: luz, agua alquiler. A lo demás no tienen acceso. Por eso me he visto en alguna ocasión atosigada. Te piden algo, lo que sea. O te suplican que les compres alguna cosa de primera necesidad. Los españoles para los cubanos somos dioses con dinero.

No tienen alumbrado público por lo que todo se queda demasiado oscuro por la noche. Tampoco tienen pasos de cebra y el cruzar la calle se convierte en una peligrosa odisea.
La búsqueda de un lugar para comer ha sido complicada. Hemos quedado con el guía después de la comida y no conocemos ningún buen sitio para saciar nuestros estómagos. Nos sentíamos muy observados y muchos habaneros se atrevían a preguntarnos sobre nuestra procedencia, simplemente para cerciorarse de lo que ya daban por hecho. Hemos encontrado por casualidad un restaurante bastante cutre y sucio. No había nadie y varios camareros esperaban ansiosos la llegada de algún cliente con los brazos cogidos en la espalda. Cuando nos han visto decididos a entrar en su local no cabían en sí de gozo.
Parece que en La Habana todo funciona por el regateo. De los 13cucs que contaba el menú hemos conseguido que nos lo dejaran por tan solo 4. En verdad nos han tratado de maravilla. No faltaban atenciones de todos los trabajadores del restaurante quienes buscaban hasta la botella de agua mejor para halagarnos. 

El tour por la ciudad nos ha descubierto lugares fascinantes. Nos han señalado cuáles son las zonas más seguras y cuáles debemos evitar en la medida de lo posible. Nos han indicado, además, los lugares más memorables de La Habana. 


La Habana Vieja, mucho más pobre, es maravillosa. Las calles llenas de color y de luz nos devuelven a los maravillosos años 50 junto a los sorprendentes coches de película que recorren la ciudad. El paseo por el Malecón es fascinante. La vista desde el faro. Los niños jugando con las olas que saltaban al paseo. Todo me recuerda al paseo marítimo de Cádiz, aunque aquí no hay playa. 

La habana Moderna brilla con luz propia. Los edificios arquitectónicos te invitan a levantar la cabeza ante ellos. Muchos de ellos son edificios que han sido restaurados. Todo me parece increíble. La luz natural acompaña a la luz artificial que emerge de los edificios, de los coches y del mar. Las risas de los niños se entremezclan con el bullicio de los adultos que paralizan sus conversaciones para observarnos de pasar ante ellos. “¡ay las españolitas! ¡Qué lindas, pero qué blancas!” nos dicen los más lanzados cuando caminamos sin rumbo por el Malecón. 

Para terminar con una tarde que a mi parecer estaba muy cerca de rozar la perfección, la hemos coronado con una cena en La bodeguita del Medio. La idea del dueño para recaudar dinero y atraer clientes a su humilde bodega fue invitar a gente famosa que se acercase a la isla. Ahora, el sitio está lleno de fotos y dedicatorias de todos los que han pasado por allí. Yo he participado en esta iniciativa poniendo mi nombre junto al baño de mujeres, para todo el que vaya pueda encontrar mi nombre allí registrado.

Solo me queda anotar la curiosidad del día. Mientras comíamos en aquel viejo restaurante ha entrado un vagabundo y se ha acercado a nuestra mesa. Olía muy mal, apestaba a suciedad y vino avinagrado. Los camareros no conseguían echarlo de allí y nos atosigaba pidiendo dinero. Al final ha tenido que llevárselo la policía. Lo que más ha llamado mi atención ha sido que el hombre llevaba numerosas monedas en las orejas a modo de tapones. Muy extraño. No he conseguido sacar una razón que lo explique y eso que llevo todo el día dándole vueltas. 

Es hora de descansar. Mañana será otro día fascinante en la isla. Estoy segura.

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