SIESTAS DE VERANO (3)

3. Willy y la televisión

Me pregunto por qué será tan complicado ponerse de acuerdo con la televisión. Siempre ocurre lo mismo: quien llega el primero -de la calle, del baño, de hacer cualquier otra actividad en otro punto de la casa- toma el mando y decide. Pone el canal que más le interesa e intenta simular normalidad. Mira la televisión atentamente como si lo que estuviera viendo fuera lo que más le interesase del mundo.

Al cabo de un rato llega el otro y con total disimulo lo cambia. Y es entonces cuando empieza la guerra abierta por el mando de la televisión. Lo peor de todo es que en ese forcejeo con Willy llevo todas las de perder porque no tengo ninguna fuerza física. Por tanto, decido recurrir a las armas de mujer: la palabra y el diálogo.

−Querido−, le digo empleando un vocabulario casi arcaico con el que no tengo más intención que ser irónica −¿por qué no poner al menos algo que nos pueda interesar a los dos?

Se establece un minuto de silencio y me mira con cara de “siempre te sales con la tuya”. Entonces, pone el canal donde constantemente emiten noticias, que es el que a mí me interesa, sobre todo por motivos profesionales. Yo le sonrío cómplice y satisfecha porque no tendré que tragarme ese programa absurdo de arreglo y mantenimiento de coches horteras.

Lo que sucede a continuación es casi inaudito. Willy empieza a interactuar con los presentadores o con los entrevistados, como si él también estuviese en ese plató de televisión. Cada vez lo hace más fuerte y más enfadado. Parece impotente porque no lo escuchan: “Querido, no te escuchan”. Más gritos y más enfados: “Willy, ya vale, no te pongas así”.

Al final toma el mando, cambia de nuevo de canal y lo bota con violencia en el sofá. Yo me callo, claro. No digo nada. Tan solo me levanto, tomo mi libro y me acerco a la ventana abierta a ver si me da un poco la corriente. Ya empieza a sentirse ese bochornoso calor. Segundos después veo cómo cambia de nuevo al canal que yo quería ver, mucho más tranquilo, y coge un libro de la mesa para adentrarse en sus mundos de aventuras tirado en el sofá, de tal modo que tapa con la pantalla de la televisión, por lo que, al menos, su campo de visión desaparece.

Al final, la tele se queda hablando sola.

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