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Las primaveras del Retiro. La Feria del Libro

Con este nuevo post inauguro la nueva «etiqueta» Mi vida de cuento con un post sobre nuestra visita a la Feria del Libro de Madrid. Como usuaria de Internet me gusta conocer cómo viven y qué acostumbran a realizar otras personas que hacen de referentes y de esa idea nace este «lifestyle» en amacrema.

En este apartado voy a contaros planes, escapadas, decoración, recetas de cocina, reflexiones… y todo aquello que piense que pueda interesar a mis lectores. No pretendo convertirme en modelo de vida a seguir, ni mucho menos, pero tal vez pueda aportar mi granito de arena a vuestro día a día, para que siempre os queden cosas por vivir como su fuera un cuento. Aquí os dejo mi última visita a la Feria del Libro de Madrid, donde no pensaba ir este año por motivos personales, y a la que, por primera vez, acudí con mi bebé. ¡Disfrutarlo!

Hasta el último momento pensé que, este año sí, le daría un terrible plantón a mi cita anual con la Feria del Libro de Madrid. De un día para otro la vida da un giro, esperado, y todos tus planes tienen que cambiar. Parece que no queda de otro remedio. Todo el mundo te dice que la llegada de un bebé supone renunciar a tu vida. Eso no es verdad. No había planeado esa salida al Retiro, pero la ilusión y las ganas buscan el modo de conseguir las cosas.

Cogemos el tren muy temprano. Mi bebé duerme a gusto en su cochecito. Hace una temperatura muy agradable y los pájarillos no cesan de piar. El paseo a la estación se hace muy plancentero. Los pasajeron esperan impacientes que el tren se detenga. Miramos hacia su boca, elucubrando sobre si vendrá el coche cinco de cabeza o el uno. Subimos. Está casi completo. La idea de viajar a Madrid no ha sido solo nuestra.

La estación de Atocha, siempre bulliciosa, nos espera. Paseamos con tranquilidad por el Paseo del Prado. Miro el gran edificio  del museo con nostalgia. Recuerdo los paseos entre sus cuadros y esculturas en las mañanas de verano. Sé que este estío no podré repetir mis visitas, ni mis desayunos en su tranquila cafetería. Pero, ¿qué más da? Las interrupciones del paseo son constantes. Un biberón. Unas risas. Un llanto. Una risa de nuevo. La sombra de los árboles del paseo invita de nuevo al sueño.

De paso, el Congreso de los Diputados respira un momento de nerviosismo e incertidumbre. Sin saberlo, nos hemos hecho protagonistas de una jornada histórica en nuestra Democracia. Vemos periodistas corriendo de acá para allá buscando la noticia, la mejor fotografía, las palabras de los políticos de actualidad. Las risas y las lágrimas. Comemos por allí, escuchando las conversaciones de «corrillo» y cotilleando las caras conocidas que vemos a diario en la televisión.

Sin aún saberlo, compartimos comedor con futuros ministros del Gobierno. Aparece aquel que iba a ser nombrado presidente del gobierno. Lo observamos pasar junto a nosotros. Nos sentimos fantasmas a plena luz del día. Ninguno de aquellos reporteros corren a preguntarnos a nosotros, ni a hacernos fotografías. Somos invisibles ante todo aquel bullicio. De repente, algún conocido nos para por la zona. Conversamos. Hablamos de la actualidad política. ¡Qué casualidad! El mundo es un pañuelo. Nos cruzamos con gente que hubieran preferido no ser vistos.

La hora del té es sagrada. Té verde para combatir la siesta. Torrijas madrileñas. Son las mejores.

Caminamos tranquilos hacia el Retiro. Mi bebé está despierto. Quiere ver. Observar. Ser partícipe de todo aquello. Los niños corretean por el parque. Las parejas hacen cola para coger una barca en el lago. Los magos buscan, con sus trucos, algunas monedillas de los turistas. Es la primera vez que no moriremos de calor en la Feria. Hemos tenido suerte. El calor de otros años no habría sido bueno para el bebé. Va en brazos, riendo, mirando. A la sombra corre un aire fresco que nos obliga a abrigarlo. Es tan pronto que algunas casetillas se resisten a subir sus persianas. Alguna lo ha hecho ya.

Los lectores van y vienen por el paseo de la Feria. Al sol hace calor. Quiere advertirnos de que el verano está cerca. Pero este año se hará de rogar. Llegaré, no os preocupéis, parece decirnos. Los libreros cuelgan los carteles que informan sobre el escritor que les acompañará esa tarde. Algunas personas ya hacen cola junto a las casetas. Ilusión junto a un libro y un boli. Por fin lo conocerán. Por fin podrán tener esa foto que publicarán en las Redes Sociales. Siento algo de frustración por no conocer a ninguno de aquellos nuevos escritores. Los blogguers se hacen un gran hueco entre los lectores. Los adolescentes son los más atraídos por esta moda. Influencer.

Familiares y amigos se agolpan en las casetas de escritores menos conocidos. Adultos. No son influencer, no atraen a las masas de adolescentes. Pero allí están. Deseando que alguien se les acerque para compartir conversaciones literarias. Un libro no termina de construirse hasta que no es leído. Criticado. Alabado. Mi objetivo: encontrar un libro de texturas para mi bebé. Este año los libros nuevos serán para él. Y yo, bueno, tal vez caiga también alguno.

Almudena Grandes, Fernando Aramburu, Espido Freire… Conozco algunos nombres. Espero a Espido un buen rato. Mi bebé está dormido. Quiero conocerla, hablar con ella, llevarme algún ejemplar firmado. Pero no llega. Nos vamos. Al día siguiente se disculpará por el retraso, razones de trabajo. Es una pena porque me hubiera gustado conocerla. Ya habrá otra ocasión. Continúo mi búsqueda de libros infantiles.

En una caseta conozco a una escritora de cuentos: Nuria Larrubia. Nos firma un ejemplar para nuestro bebé. Algún día lo leerá y yo podré decirle que se lo firmaron en su primera Feria. Seguro que le hará ilusión el recuerdo. Objetivo conseguido. Cada vez hay más gente paseando por el paseo. El sol va cayendo y empieza a hacer más frío. Mi bebé va a despertar. Querrá comer. Se va haciendo tarde. De camino a la salida voy mirando a ver si encuentro una lectura de rebote. No quiero irme sin un libro para mí. Casi en la puerta veo a Espido Freire. Corre nerviosa. Es evidente que llega tarde. No me da tiempo a decirle nada. Me da apuro pararla. Detenerla. Otra vez será.

Salgo del parque con la ilusión de siempre. Con pena por irme de allí. Este año no podré volver mañana. Tendré que conformarme. Ha merecido la pena. El viaje de vuelta se hace rápido. Apenas hay coches que interrumpan nuestra huída de la capital. El pueblo nos espera.

Nos leemos en el siguiente post. Chao.

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