Quiero publicar los viernes. Me lo tomé como compromiso conmigo misma y con vosotros, lectores, que estáis al otro lado de la pantalla. Y esta pasada semana ya terminó con «pero». Y con «es que». Muletillas que dan comienzo a escusas, escusas y escuras. Pero es que no llegué a tiempo, y ya está. A veces no se llega y no pasa nada. Aquí estoy, hoy lunes, escribiendo estas líneas para cumplir con el objetivo semanal.
El fin de semana ha sido muy entretenido. Lo comenzamos el viernes con la carrera para los niños y lo terminamos el domingo con una desastrosa comida por el día de la madre. ¿Quieres saber qué paso? Sigue leyendo, la final te lo cuento.
El viernes por la mañana fui a renovar mi Dni. Me había hecho las fotos la tarde anterior, de prisa y corriendo, porque no me habían quedado días durante la semana para hacerlo con calma. Me coloqué un poco el pelo, me pinté los labios y le saqué a la cámara mi mejor sonrisa.
El viernes, cuando el funcionario me mostró en la pantalla las fotos de mi último carné, ya caducado, y del nuevo, me eché a reír por dentro. Recuerdo perfectamente aquella foto. Era para un carné perdido o robado, no recuerdo. La foto me la hice en un mal momento en mi vida. Soñaba con un cambio de destino que parecía lejano. Estaba sumamente gorda e hinchada por mi segundo embarazo, enfadada aquel día. Puse casa seria. La foto era horrible. Para tirarla a la basura. Y ahí ha estado en mi Dni cuatro o cinco años.
La nueva foto mostraba todo lo contrario. Me veía bien, a pesar de ser una foto para el carné de identidad. La foto era muy luminosa. Mostraba un rostro sano, feliz, radiante. Sin duda, una foto hecha en otro momento de mi vida. Aquellos kilos desparecieron, ya logré mi traslado soñado, vivo una época espléndida y feliz. Aún me quedan sueños por cumplir, pero tengo el convencimiento que voy por el camino adecuado.
Concluí en aquel corto espacio que la foto del dni muestra una etapa de la vida. Refleja nuestro momento. ¿Te has fijado en tu foto? Te invito a ir a mirarla y reflexionar sobre el momento en el que te la hiciste.
El sábado fue también un día intenso. Estuvimos todo el día de allá para acá. De comidas y cenas fuera de casa. Con familia y amigos. Disfrutando de este maravilloso sábado primaveral. Echándonos unas risas. Vimos la carrera de la 10K y me ilusioné con ser una de las corredoras algún año. Pero llevo años con esa ilusión, así que … Imagino que tendré que animarme y listo.
El domingo fue el día de la madre. Llevo seis años celebrándolo y, como confesé en mi perfil de Instagram (@amacrema_), es el título más maravilloso que la vida me ha dado: el de ser madre. Cuando era pequeña quería ser profesora y mamá. Ambas cosas a la vez. No concebía la una sin la otra. Y la escritura me ha ido acompañando como talento en cada momento de mi vida. No concibo mis días sin escribir (tampoco sin leer).
Y nos fuimos a celebrarlo a un restaurante que acaba de cambiar de dueños. Todo fue un desastre. Perdieron nuestra comanda de la comida. Después, no avisaron de que no quedaba el primero que había pedido. Lo cambiamos. Tampoco tenían del segundo que habíamos pedido. Claro, porque ya se lo habían dado a otros comensales que habían pedido después de nosotros. Y ya no quisimos nada más. Dábamos por hecho que tardaría mucho en traernos otro segundo, no lo habían ni empezado a cocinar. La cuenta, y ya está. Lo lamentaron mucho en el restaurante y solo nos cobraron las bebidas y la comida de los niños que, por suerte, sí salió. Tarde, pero salió.
Y todo quedó en una mala suerte, porque nos tocó a nosotros, y una anécdota. El próximo año iremos a otro sitio, sin lugar a duda. ¿Volveremos a ese restaurante? Bueno, creo que siempre hay que dar otra oportunidad. Se les fue el día de las manos.