PETER PUPPET (IV)

Cogió con cuidado la valiosísima prueba y la metió en su bolsa junto al resto de desperdicios de comida.

Al levantarse del suelo, Peter Puppet tenía señalada la forma de serpiente en su pecho, brazos y piernas. El polvo de años había sido barrido por la ropa del señor Puppet. Esto lo agradecía seguro la señora de la limpieza, si decidía la señora Krupp contratarla algún día. Con la prueba del delito, Peter Puppet fue en busca de la señora Krupp. Aprovecharía para disimular con su despedida para comprobar si era la dueña de aquel pendiente. La investigación era sencilla, si tenía puesto el otro sería suyo, sino, no. 

La señora Krupp aprovechaba sus ratos libres para cotillear a los vecinos. Con sus adorados prismáticos estudiaba las idas y venidas de todos los habitantes del pueblo norteño. Tenía una habilidad asombrosa para escuchar varias conversaciones a la vez y no perder el hilo de ninguna. Era increíble cómo conseguía pasar revista al vestuario de todas las norteñas sin retirar la mira de sus caras ni un segundo. Conocía las costumbres de de todos y cada uno de ellos: cuándo iban a la compra, de qué marca eran sus yogures, cuándo se daban las duchas, dónde se compraban las ropas, a qué hora solían ir al baño… Peter Puppet pensó en ocasiones contratarla para cuando se le amontonara el trabajo. 
El señor Puppet comprobó que un pendiente idéntico colgaba de la otra oreja grasienta y encerada de la señora Krupp. Por lo cual, dado un paso más ahora sólo le quedaba demostrar si lo había perdido en una noche fogosa con el señor Krupp o se le reventó al coger a su marido de una cuerda y colgarlo de la lámpara del despacho. Anduvo mucho tiempo dándole vueltas para dar con la pregunta adecuada que le sonsacara la respuesta precisa a la señora Krupp. Soterró al instante la primera opción arrancándola de su cuaderno rústico por pecaminosa y fue en busca de defender la segunda. 
Estuvo todo el día observando a la señora Krupp. Mientras Pedro Pelele simulaba leer atento por todos los rincones del centro, algo que hacía siempre por lo que no llamaría la atención., Peter Puppet fue apuntando en su libreta todos los movimientos de la señora Krupp: se levanta de la silla porque se le ha vuelto a torcer una pata por su peso, se rasca con saña una de sus axilas y después, con gran disimulo y comprobando que nadie la mira, lleva sus dedos carnosos a sus orificios nasales, se rasca la cabeza convirtiendo la mesa en una preciosa estampa navideña, repite una y otra vez el tic de mover al mismo tiempo nariz y boca, se levanta, va al baño y regresa con la falda levantada, metida entre las bragas. Todos se ríen de esto, claro, es tremendamente gracioso ver el pandero de medio metro de la señora Krupp. Pedro Pelele también ríe a carcajadas, como todos los demás. En cambio, Peter Puppet descubre la prueba que necesitaba para aclarar su caso. 
Los corpulentos muslos de la señora Krupp están arañados. Los cinco dedos de una mano están clarísimamente dibujados en 3d en sus carnes. ¿Cómo descubría el señor Puppet de quién eran esos dedos? Aquel era, sin duda, el peor reto al que se había enfrentado. 

Continuará…

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