El otro día, cuando llegaba al coger al autobús, un hombre eructó. Sonó tan estrepitosamente que todos los que estábamos cerca no pudimos evitar mirarle. Buscábamos al culpable de tal acto desafortunado como si fuésemos los jueces de un gran juicio mediático. Él ni se inmutó, tan solo reía junto a su acompañante como si aquel acto formara parte de una broma o se tratase tan solo de una apuesta. Este hecho tan mediocre me lo pareció más aún, casi más triste que mediocre, porque hace algunos días ocurrió el mismo incidente en otro lugar por el que yo pasaba. Parecía ya como si aquello fuera lo más normal del…