La página en blanco

Nos despedimos en el aeropuerto entre deseos de felicidad y lágrimas de pena. Sin embargo, dicen que la vida es así. 
Un camino que nos obliga a seguirlo en línea recta o dificultándolo con curvas. No podemos detenernos. Si nos detenemos nos ahogan los recuerdos del pasado y nos privamos de retener recuerdos nuevos que vendrán en un futuro. Volví a casa, su casa y no pude evitar entrar en su cuarto. Tras rastrear todos los puntos de la habitación me encontré conmigo misma en el espejo que presidía, majestuoso, el cuarto entero. Me sonreí. Mi aspecto era estupendo. Después de tanto tiempo intentando recuperar mi físico ya olvidado, había vuelto a verme realmente bella. Miré mi zona abdominal y después regresé la mirada a mi rostro, con el maquillaje ya descolorido por el paso de las horas. Su habitación estaba igual que siempre, se había quedado igual que antes de habernos marchado. Si las cosas se planearan con más tiempo tal vez hubiésemos podido pensárnoslo mejor, barajar posibilidades, hacer una lista con las ventajas y otra con las desventajas de este viaje sin billete de vuelta. Pero es mejor no pensarlo. Sobre su mesa aún estaban sus gafas de lectura, diminutas, posadas sobre folios llenos de apuntes. Junto a su vieja máquina de escribir -que decidió seguir utilizándola como elemento esencial de trabajo, a pesar de que ya existían los ordenadores- montones de libros se acumulaban sobre su estropeado escritorio de madera. Sin lugar a dudas, fue él el último que los leyó. Algunos aún tienen el marca páginas a mitad y otros incluso han quedado abiertos boca abajo como si el dueño de aquel ejemplar fuese a continuar con su lectura de inmediato. Bolígrafos ya gastados, unos abiertos y otros cerrados, acompañan a sus viejas libretas de escritor de las que no se ha deshecho nunca y no creo que jamás lo haga. Supongo que en su nuevo viaje volverá a comprarse una nueva, porque es lo que siempre hace. Su obsesión por escribir le hace buscar una hoja en blanco allá por dónde vaya. Le da lo mismo que sobre su mesa de trabajo se acumulen los libros en blanco que yo le he ido regalando con el paso de los años o que él se ha ido comprando como obsequio de recuerdo de las ciudades que visita. Quería salir ya del cuarto porque empezaba a despertarme sensaciones nostálgicas y seguro que aún no había aterrizado su avión en Abu Dabi, ciudad donde pasaría solo dos horas de su vida porque suponía el trasbordo para su auténtico destino. Algo llamó mi atención sobre su desordenado escritorio. Había dejado una carta. Una carta que sin duda era para mí porque llevaba puesto mi nombre. No me la esperaba. Sin duda, aquel detalle suyo provocó que me resbalara alguna que otra lágrima por mis mejillas. Más aún cuando la abrí y observé que era un folio en blanco. Una vez más, sobraban las palabras entre nosotros.

amacrema 

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