la princesa

EL MISTERIO DEL BRUJO DE LAS TRES MIL FLORES (3)

Ya está aquí la tercera parte de El misterio del Brujo de las tres mil flores, capítulo donde descubriremos nuevas aventuras de nuestro caballero y su princesa, no os la perdáis.

 

Capítulo 3

 

−¿Cómo se llama, caballero?

El señor bajó la mirada buscando de nuevo encontrarse con los dulces ojos de la dama. Después, observó las miradas preocupadas de todos los allí presentes y sintió un escalofrío que lo obligó a dirigir la mirada hacia una de las ventanas de las estancias superiores. Allí, frente a él y sobre su cabeza, asomaba la imagen de un hombre que lo observaba desde la lejanía. Lo miraba serio, con tez apagada y desconfiada. Sus ropajes anchos y blancos le hacían presagiar malos augurios. Aquel hombre parecía la viva imagen de un fantasma de cuento. Muchos siguieron la asustada mirada del caballero y vieron a su rey en lo alto del castillo, vigilante. La princesa también había visto a su padre asomado en la ventana de su aposento, era la primera vez en mucho tiempo que había abandonado la cama para acercarse a ver la luz del día. Lo observaba triste y distante mientras buscaba la aceptación ante lo que acababa de permitir, pero no lo encontraba. El caballero, ante la presencia desafiante de aquel anciano, contestó a la dama buscando de nuevo ese intenso cruce de miradas.

−Mi nombre es Carolo del Pinar.

Miró nuevamente al suelo, simulando una débil inclinación de respeto y siguió:

−Vengo caminando desde muy lejos buscando comida y un lugar donde dormir. Hace muchos días que no me encuentro con nadie por estas tierras. Parece que todos han huido a sitios mejores. Ya no quedan provisiones y el agua escasea. Muchos ancianos han muerto y los jóvenes rehacen sus cabañas cerca de un río a varias millas de aquí. Necesito encontrar al brujo de las Tres mil Flores. Él sabe por qué se ha secado esta zona y qué hacer para recuperar el agua de los pantanos.

La princesa quedó encandilada con tal historia. Quería saber más sobre el brujo y el paradero de todas las personas que vivieron en su aldea hacía ya varios años, pero Carolo del Pinar, como hacía llamarse aquel pobre caballero, estaba cansado y necesitaba echarse alimento a la boca. Ordenó, entonces, a sus criados que lo atendieran. Exigió para él ropa limpia y un buen baño. También pidió que se le cocinaran las mejores carnes de buey y se le sirviera el mejor vino que guardaran en la bodega. Ella se retiró para buscar a su padre y recibir de él la aprobación ante los últimos acontecimientos.

Las piedras del suelo del castillo estaban heladas. La bella princesa regresó por el mismo corredor en dirección del aposento de su padre tocando de nuevo el suelo muy levemente con las puntas de los dedos de sus pies. Miró su bello reflejo en una de las ventanas del corredor y antes de llamar discretamente a la puerta que la separaba de su progenitor se detuvo a contemplar la gran pintura que recreaba la figura del rey en su época gloriosa.

El mejor pintor de la aldea, un hombre destartalado, con la mirada ausente, que siempre iba descalzo y vistiendo ropa blanca impoluta, había dedicado algunas semanas a reflejar la viva imagen de su padre. El cuadro representaba a un hombre estirado, sonriente, alto y estilizado. El rey vestía sus mejores galas mientras se apoyaba en su bastón de mando, acompañado de su dulce perro fiel. Aquel perro ya no existía, huyó del castillo hacía años después de uno de los ataques de ira de su padre. Unos ataques que ya parecían haber aplacado. El bello rostro de aquel rey recreado en una imagen entristeció a la bella princesa. Apenas recordaba a a su padre en aquel estado. Llamó con sus nudillos y acercó su oreja a la puerta para comprobar que tenía permiso para entrar. Desde dentro, una voz ronca y seca pronunció:

−¡Pase!

la princesaLa princesa tomó el pomo de mármol blanco y lo giró despacio. Introdujo en el cuarto primero su cabeza, buscando con la mirada la presencia de su padre. Cuando la encontró le preguntó con la dulzura de sus palabras si podía entrar. El rey le confirmó con un gesto de su mano compaginado con su cabeza.

Cuando la princesa pasó al cuarto y cerró tras de sí la puerta, el pobre anciano corrió a preguntar:

−¿Ya ha llegado?

La princesa se sorprendió por aquella pregunta interesada. ¿Ya? ¿Acaso su padre esperaba a aquel extraño viandante? La princesa se acercó hasta su posición para contarle el hambre y el cansancio de aquel varón. Ella se sintió necesitada de ayudarlo. Hacía mucho tiempo que nadie se dignaba a acercarse a aquel castillo.

Observó a su padre junto a la ventana. Con el ancho camisón blanco rozándole los tobillos y mostrando una figura desgarbada y descuidada. Hacía mucho tiempo que su padre no se había levantado de la cama. A pesar de que ella le había insistido en numerosas ocasiones para que salieran juntos a pasear por los patios del castillo, él siempre se negó a salir de su cama y mucho menos de sus aposentos. Por ello, aquella imagen que la realidad le devolvía de su padre le extrañó desde el principio. Algo había de temor en su mirada, de recelo, de incógnita ante algo que ella no conseguía explicar.

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