Diario de la cuenta atrás

Acaba de empezar la primavera. Junto a la navidad me parece la época más bonita del año. Llegan los días de luz, de buen tiempo, de salir en cazadora, de sacar la ropa de colores. Y este año nos hemos visto que todo eso se borrado. Siento que nos van a robar la primavera. Y no sé a quién echarle la culpa a tal robo. Venía un mes de cumpleaños, de fiestas populares, de risas, de aperitivos en las terrazas de los bares, de paseos por parques y campos. Y ya nada. Todo ha quedado relegado a la imagen que nos dé la ventana de nuestra casa. Porque lo estamos haciendo bien. Muy bien. Estamos en casa, concienciados, cada vez con más miedo, sin querer ya encender la televisión, buscando contenido que nos entretenga a través de la gran ventana de Internet.

Me he sentido bloqueada casi dos semanas. Hace dos lunes comenzaba para mí la que sería la mejor semana de este año, pensando que todo iba a salir genial y que las cosas aún podrían mejorar.

La cuenta atrás: una semana para el aislamiento

Ese lunes fui a hacer mi primera entrevista a la tele. Después, me acerqué a un comercio a llevar algún libro que me habían pedido, lo firmé al tiempo que imvitaba a todas la presentes a la presentación del libro que sería ese miércoles. Recogí a Chencho de la guarde y fuimos a casa. Nada especial. Salimos a dar una vuelta a la plaza para que Chencho correteara con su moto. Le encanta.

El martes tenía cita con el pediatra para la revisión de Cayetano. Las noticias desde Madrid empezaban a ser algo preocupantes. Pedí receta de apiretal por lo que pudiera pasar. En la farmacia todo parecía ir igual que siempre. Hablé con las dependientas con quienes guardo una excelente relación. Reíamos abrumadas sobre la falta de mascarillas y jabón limpiador de manos. Todo estaba ya agotado. Aún no entendíamos el por qué. Les recordé que el miércoles, al día siguiente, sería la presentación del libro. Allí estarían. La propietaria me dijo que había pensado cerrar un poco antes para poder venir y no llegar tarde. Compartiría en su página de Facebook el libro, que estaba deseando leerlo. Por la tarde, preparamos la presentadora del acto y yo el acto del día siguiente. Lo hacíamos con ilusión, enteradas de toda la situación, pero sin temer que nada truncara los planes.

El miércoles era el gran día. En la televisión contaban con cada vez más horror lo que parecía que se nos venía encima, aunque sin querer del todo verlo. Ese día fui al taller de música con Cayetano, estaba nerviosa por la presentación de esa tarde. Pero algo me decía que no era por eso por lo que debía estar nerviosa, desde que me levanté por la mañana sabía que no se iba a celebrar. Tuve como un mal presagio. Fui a música con temor y algo de desgana. Estaba deseando que dieran las dos para recoger a Chencho de la guarde y llevarlo a casa conmigo, a nuestro refugio.

A la una varios amigos volvían de Madrid ante la amenaza de cerrar la Comunidad (no tienen vivienda en Madrid, van a vienen casi cada día), empezaba la cuenta atrás. Me llamaron para comunicarme que, por prevención, se cancelaba la presentación, se cerraban los colegios en Madrid, todo era desconcertante. Nunca había sucedido algo igual. Recogí a mi niño de la guarde sabiendo que no volvería en mucho tiempo (aunque no llegaba a imaginar cuánto).

En casa, aguardaban las cajas llenas de libros nuevos para venderlos en la presentación, acababábamos de recibir los nuevos marcapáginas que íbamos a regalar a todos los asistentes, los apuntes con los que preparaba la presentación estaban encima de la mesa, muchas personas me comunicaban las ganas que tenían de que llegara el gran momento, colgando de la puerta para que no se arrugara estaba el mono que me pondría esa tarde. Llamé a la peluquera y cancelé la cita.

Intenté avisar a todos los posibles sobre la cancelación del evento. No era una suspensión, sino un aplazamiento. Hasta nueva orden. Orden que aún no se sabe cuándo sucederá. Dimos un paseo esa tarde. No lo sabíamos, pero nos quedaban muy pocos paseos por esas calles. Toda la vida parecía seguir ajena a la catástrofe. Vi a gente que iba de camino a la bibioteca. No se habían enterado. No entendían por qué lo habían cancelado, ¿había amenaza real? Era lo mejor. Entré en casa y me eché a llorar. Era inevitable.

El jueves nos despertábamos con los parques de Madrid llenos de niños con abuelos. Los padres veían como una locura que los niños no tuvieran colegio, pues ellos tenían que irse a trabajar. Los italianos empezaban a advertirnos. Ellos estaban confinados en sus casas, no les dejaban salir para nada, y todo estaba yendo al caos. Seguíamos sin querer verlo.

Ese jueves no salimos de casa. La amenza era ya evidente. Nos estaban advirtiendo. No salgáis.

El viernes sí salimos, fuimos a una zona ajardinada cerca de casa para que a los niños les diera un poco el aire donde no hubiera nadie. No queríamos creernos que fuera a ser una realidad, pero pronto no nos dejarían salir de casa. Yo no quería imaginarme que eso iba a ser posible. ¿Ni a dar una vuelta por donde no hubiera nadie? Ni siquiera eso.

El sábado nuestra peor pesadilla se haría realidad: quedábamos confinados en casa, encarcelados, enclaustrados. Todo me parecía surrealista, ni en la peor película de terror. Nos habíamos metido en la tercera guerra mundial sin darnos cuenta y sin anestesia. Lo peor, el enemigo era invisible, estaba por todos lados y no podíamos verlo. Enemigo cobarde.

El domingo, todo el país amaneció parado, apagado, silencioso. Ahora la Naturaleza marcha a sus anchas, feliz, tranquila, aliviada.

Diario de la cuenta atrás: una semana para el aislamien

Las tinieblas

Llegado este momento, lo más importante es no contagiarse, hay que quedarse en casa. Por nosotros y por los demás. No hay que ser egoísta ni temerario. Son los médicos los que nos lo están suplicando. ¡Quedaos en casa!

Y en casa estamos, y en casa seguiremos. ¿Hasta cuándo? No lo sabemos. Lo que temo es que esto va a suponer una crisis social horrible, sin precedentes. Y va a costar mucho trabajo que volvamos a disfrutar de la calle, los bares, los parques, la gente sin temer contagiarnos de algo, un enemigo invisible que nos ha cambiado la vida a todos.

Esta semana estaré muy activa. Son muchas las emociones que necesito escribir y he pensado que voy a hacerlo por aquí: mi página que tanto me está dando y con todos vosotros que tanto me estáis ayudando silenciosamente. Como muchos, busco contenido de entretenimiento para evadirme o para ver cómo están pasando estos días raros otras personas al otro lado de la pantalla. Y yo quiero contribuir a ello.

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Futuros post en la página

Entre mis planes para esta semana están: hablar sobre las neuvas relaciones que me han dado las redes sociales, las actividades que estamos haciendo en casa, nuevas recomendaciones de libros para adolescentes y métodos y técnicas de estudio para estudiantes, sobre todo del segundo ciclo de la ESO y bachillerato que los conozco bien y sé que lo deben estar pasando mal en estos momentos. Si se os ocurre algún otro tema del que puedo hablar porque os vaya a interesar, contadme, soy toda oídos.

Os deseo todo lo mejor. Nos leemos en el próximo post. Un fuerte abrazo. África.

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