V. Cisne blanco

¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? No me había dado cuenta de que aún me faltaba compartir con vosotros el último capítulo del relato Sabor a cayena y a miel. Tenía el post preparado desde abril del año pasado y es una pena que se quede sin publicar. Podéis releer los capítulos anteriores en la etiqueta de Mis historias que tenéis en la página principal del blog.

Nos despedimos hoy de esta historia: Sabor a cayena y a miel que está gustando tanto y que fue merecedora de un tercer puesto en el III certamen de relato corto Villa de Socuéllamos. Es una historia de amor, donde no importa la edad ni las preocupaciones, ni el pasado, ni la vida de cada cual. Cuando llega solo podemos recibirle o dejarle pasar, mirando hacia otro lado. Me alegro de que os haya gustado. Disfrutar del final de la historia y contarme qué os ha parecido, me encanta saber vuestras opiniones porque me ayudan a crecer en mi faceta como escritora.

V. Cisne blancoResultado de imagen de cisne blanco

Carla acabó de arreglarle el pelo. Aún no sabía qué se pondría. Una decisión demasiado importante como para tomársela a la ligera.
−¿Por qué no te pones el vestido blanco de lentejuelas? –Carla miraba con detenimiento todos los vestidos que su madre había expuesto por la habitación como piezas de museo. No creía que congeniara ninguno de ellos. −Demasiado oscuro, demasiado elegante, demasiado formal, poco a la altura de la situación−, decía repasando uno a uno.
−Porque me lo regaló tu padre, Carla− María parecía querer zanjar la situación. El nerviosismo, sin duda, la había alterado.
−Mamá, papá no está aquí. Puede que te esté viendo o puede que no, pero te aseguro que él estará contento por ti, orgulloso de que hayas dado este paso. Sabes que siempre ha alabado tu disfrute por la vida.
María sacó el vestido del vestidor. Aún lo guardaba con el plástico protector de la tintorería. Carla salió de la habitación y la dejó vestirse tranquila. Por fin había llegado el momento. Los rumores ya estaban en la calle y la noticia no tardaría en llegar. Ernesto vio la mejor oportunidad en esa comida de gala en la residencia presidencial. Acudiría toda la sociedad madrileña: políticos, escritores, periodistas, cineastas, embajadores, modelos, empresarios… Era el mejor momento para hacer pública su relación.
Un coche recogió a María en su casa. Carla la despidió en la puerta. Abrazó a su madre y le dio buena suerte. Cuando vio el coche negro alejarse entre la urbanización corrió a encender el televisor. Nadie la esperaba. Todos los canales se hacían eco de la comida en casa del presidente. En media hora su madre aparecería en escena, como si fuera una estrella de Hollywood que llega a la gala de los Óscar. Sonrió nerviosa.
Millones de flases la bombardearon en la entrada. Bajó del coche con cuidado y sonriendo tímidamente. No podía evitar mirar hacia el suelo. Ernesto se acercó a darle la mano y junto a él posó para los miles de fotógrafos que se había congregado allí. Sonrieron. Sonrieron felices posando a los fotógrafos y mostrando al mundo que la edad es una actitud y ellos se sentían más jóvenes que nunca.

Gracias a todos por haber llegado hasta aquí. Nos leemos en el próximo post. Chao

amacrema

(Capítulo V, Cisne blanco, en Sabor a cayena y a miel, tercer finalista del III certamen de relato corto Villa de Socuéllamos)

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