Decía Leo Tolstoi que la verdadera fuerza del hombre está en la calma.
Y cuánta sabiduría guarda esta frase. Es inevitable pasar por periodo de estrés, de nervios y de ansiedad, porque el día a día, la rapidez con la que vivimos y todos los asuntos a los que queremos llegar nos lleva a ello de forma inevitable. A mí me pasa. Yo, que pretendo dar mensajes de paz y calma, para vivir de manera consciente, también sufro estos momentos, días, semanas de estrés. Y suele ser por las mismas razones: trabajo que se va acumulando, la casa, los niños, imprevistos.
Pero creo que lo importante es saber sobrellevarlos, hacer por resolver cuanto antes aquello que nos produzca estrés o ansiedad y ser capaces de volver cuanto antes a la calma.
El pasado puente de Castilla La Mancha estuvimos en la playa. Apenas había nadie estos días y eso es una gozada. La playa para mí. Para nosotros. Solo el sonido de las olas mezclado con el de las gaviotas. Era maravilloso, para qué engañarnos. Y esos días decidí parar, parar todo lo que tenía pendiente —ya me ocuparía de ello más adelante— y disfrutar de esos días, centrándome en ellos, viviéndolos de manera consciente.
Una de las cosas que he disfrutado ha sido del silencio. ¡El ruido que generamos los humano! Trabajo en un centro de educación secundaria y convivo con el ruido a diario. Necesito estar en silencio. Callarme yo misma. Escucharme.
¿Cómo estoy? ¿Qué necesito? ¿Cómo puedo encontrarme mejor? ¿Qué es lo que me gusta? ¿Qué es lo que no?
Y llegar a conclusiones de acogerme solo a lo que me gusta y desechar lo que no. Porque si no me gusta escuchar bachata, la salto de la emisora. No lo aguanto, no espero a la siguiente canción, no. La paso y punto. Y si me gusta sentarme en mi balcón a leer viendo el atardecer tomando una taza de té, lo hago cada día. Lo disfruto y me siento feliz por ese pequeño momento antes de terminar el día.
Hacer que cada día sea especial y para ello debo mantener la calma y llenarlo de cosas que me gustan.
