PETER PUPPET (VII)

Después de horas de averiguación minuciosa en aquellas huellas que aún pervivían en el trasero de Gregorio Cansa, el señor Puppet determinó que eran del mismo tamaño que las de la señora Krupp. Estas últimas no había podido verificar su tamaño debido a su ubicación, pero era un excelente detective y tenía muy buen ojo.
Sacó Peter Puppet su libreta rústica de tapas duras negras y relató los acontecimientos tal y como él pensó que sucedieron. Posiblemente, el señor y la señora Krupp no llegaron a un acuerdo sobre el menú de la semana siguiente. Uno pensaría que sería mejor que los internos comieran pollo con patatas y el otro se obcecó con la idea de que mejor comieran el pollo con pimientos. Ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, el señor y la señora Krupp decidieron llegar a un acuerdo por la fuerza. Quien ganara la batalla, decidiría el menú. Las reglas eran sencillas. Las voces de ambos retumbaban por todo el edificio viejo y deformado. Parecía que la señora Krupp había sido más fuerte y poderosa y su opción de las patatas fritas con el pollo había salido agraciada.
Pedro Pelele estaba terriblemente agotado esperando en la puerta del señor Krupp a que finalizara la discusión con su esposa. La insignificancia del motivo de la riña le había dado para escribir más de veinte páginas de crimen. Por fin, la señora Krupp salió del despacho de su esposo despeinada y sin un pendiente. Miró a Pedro de una manera muy desagradable al tiempo que estiraba su camiseta de propaganda por debajo de la enorme panza grasienta. Pedro Pelele entró en el despacho del señor krupper para despedirse de él. Su despacho mostraba muy mal aspecto. Multitud de desperdicios revoloteaban por entre las baldosas del suelo, el ventilador del techo emitía un olor a rancio podrido, los papeles de la mesa se acumulaban entre envoltorio de bombones y el señor Krupp masticaba indigesto un donut de chocolate. «Vengo a despedirme» suspiró el pequeño Pedro. «¿Y eso? ¿Es que te vas?» El señor Krupp hacía caso omiso a sus internos y nunca recordaba cuando uno de ellos tenía que salir de allí. «Si, hoy es mi cumpleaños. Dieciocho, señor.» El señor Krupp se metió el último donut de la bolsa en la boca en la cual le hubiesen cabido dos más. Y con la boca llena y sin contemplaciones le dijo: «No olvides cerrar la puerta al salir.» El muchacho le dijo que no con la cabeza baja y salió de allí.

amacrema

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