Digamos que mi obsesión me obliga a hablar de libros, pero de igual modo podría decirse de las películas, las pinturas, la música o cualquier manifestación artística que cada uno prefiera. Hemingway, el escritor norteamericano perteneciente a la denominada “Generación perdida” y gran amigo de Scott Fitzgerald, decía que sus cuentos eran como un iceberg. Es decir, él prefería dejar a la libre imaginación de sus lectores las interpretaciones de sus obras. Por ello, dicen que fue uno de los mejores escritores de cuentos del siglo XX (muy buen cuentista, pero no tan buen novelista).
La teoría del iceberg hace pensar en esa gran montaña de hielo que se oculta bajo el mar, dejando a simple vista una mínima parte. Esa cumbre simbólica sería lo que deja apreciar Hemingway en sus cuentos. Para entender mejor esto os invito a leer Gato bajo la lluvia o Los asesinos. Siguiendo fielmente sus pasos, aunque aportando su granito de arena a la innovación narrativa, tenemos a Julio Cortázar y su cuento La continuidad de los parques, considerado uno de los mejores cuentos del siglo XX. Un lector pasivo, con una breve lectura, podría no comprender nada del texto. Se necesita de un receptor activo, que no pierda ningún detalle en la narración, para que sea capaz de hacer una aplaudida interpretación del cuento.
Para acercarnos aún más a la actualidad, quiero resaltar la obra de Jesús Carrasco, Intemperie. El autor asegura que ha seguido el hilo narrativo del silencio. Cree que es mucho más importante lo que no se dice que lo que se dice. Los lectores debemos hacer nuestra propia interpretación del texto, imaginar lo que pasa, inventar lo que creamos que pase, que ha pasado o que pasará una vez finaliza la historia.
¿Nos gusta esto como lectores? Creo que sí. De hecho, nos divierten mucho más las historias complicadas, las que nos hagan sentir vacíos, las que nos exigen más y nos obligan a ser partícipes de lo que hemos leído. Es demasiado fácil que ya nos lo dejen todo hecho, todo pensado, en suma. Puede ser entretenido leer una novela amigable, simpática, amorosa. Sin embargo, esa sensación de extrañeza es la que estimula el mayor placer a largo plazo. Ese problema que nos provoca este tipo de escritos es lo que nos hace crecer como lectores, aprender en un acto interpretativo e, incluso, compartir la lectura con otros receptores. Necesitamos que otros lean lo mismo para compartir pareceres o versiones, y no es así con las novelas sencillas. La teoría del iceberg nos obliga a investigar, a ir más allá, a estudiar lo que no entendemos y a buscar información nueva que desconocíamos.
Los estudios relativos a este tipo de cuentos o novelas aseguran que el cerebro humano revela muestras de satisfacción cuando consigue comprender un texto a priori complejo. También nos divierte reordenar una historia que nos la sirven sin orden alguno, caótica, difusa, llena de digresiones o reflexiones filosóficas. La sensación placentera que provoca el hecho de haber conseguido comprender algo que nos habían advertido difícil, o de ordenar una trama que se nos había presentado como una vorágine, es lo que nos empuja a seguir aprendiendo y buscar de nuevo novelas, cuentos o relatos que nos compliquen un poco la capacidad de comprensión.
amacrema